Monasterio de la Inmaculada Concepción de Garachico es considerado como un monumento por el Decreto 63/2014 de 5 de Junio por la Consejería de Cultura, Deportes, Políticas Sociales y Vivienda.
Constituye uno de los tres únicos conventos que todavía conservan en la isla de Tenerife el uso originario para el que fueron construidos. Promovido por un descendiente del fundador de Garachico, Cristóbal de Ponte y Hoyo, y tras varios intentos frustrados de instalar la congregación en la Villa, la fundación definitiva tiene lugar en 1643, colocándose bajo la advocación de los santos Pedro y Cristóbal, en honor de los hijos del patrono.
El fundador donó varias casas y objetos litúrgicos, siendo siete las religiosas que ocuparon por vez primera el convento, para el que fue designada como abadesa Catalina San Bartolomé Calderón.
El convento no se vio afectado por la erupción de 1706, aunque con el inicio de la actividad volcánica las monjas lo abandonaron, retornando dos años más tarde. En 1709 sufrió un importante incendio, que lo dejó arruinado por completo. La reconstrucción comenzó en 1745 y finalizó en 1749; fecha desde la que conservó su diseño actual a pesar de las intrusiones recientes efectuadas. Las obras fueron promovidas por el obispo Juan Francisco Guillén.
En 1856 el convento sufrió el impacto del mar de leva, tan habitual en el litoral garachiquense. El oleaje afectó al sector NO del inmueble, perdiendo la vida dos religiosas, aunque las obras de reparación se efectuaron con cierta celeridad.
En 1919 se instala el cementerio en un sector de la huerta, bajo dirección del arquitecto Mariano Estanga, al prohibirse, por motivos de salubridad, las inhumaciones en el lugar tradicional bajo el coro de la iglesia. Este cementerio fue sustituido por otro en un sector distinto de la huerta en 1991, ante el riesgo de que la continua ampliación del antiguo dejase inutilizada una de las portadas de acceso al complejo. En 1929-1932 fue levantado el muro exterior del ángulo NO para asegurar la clausura y evitar que pueda verse el interior desde las casas vecinas.
El edificio repite los esquemas y soluciones arquitectónicas propias de las edificaciones conventuales de las islas. Sobresale por sus grandes dimensiones, ocupando la totalidad de la manzana urbana en la que se emplaza (como ocurre en los dos conventos femeninos laguneros).
En la fachada norte destacan tres portadas configuradas por arcos carpaneles en cantería, destacando la principal de la iglesia, delimitada por un alfiz en cantería, con remate de frontón triangular y acroteras en sus vértices. En el tímpano del frontón aparece una hornacina con una imagen. El resto de los muros perimetrales se caracterizan por su sobriedad y aspecto macizo -muy propio de los conventos de clausura- en el que solo se disponen pequeños huecos con barrotes de madera dispuestos en dos y tres alturas.
Como elemento arquitectónico singular, se localiza en el vértice NE un ajimez sobre pequeños canes, de planta cuadrada con cuatro frentes y cubierta de tejas a cuatro aguas.
El convento se organiza en torno a dos claustros o patio, más una huerta en uno de los extremos, en torno a los que se distribuyen los distintos cuerpos rematados por cubiertas de teja a cuatro aguas. Existen, además, tres cuerpos -dos de ellos separando los patios-, que se corresponden con una fábrica reciente de muy baja calidad constructiva y patrimonial. En la planta alta se conserva parte de las galerías abiertas, con antepecho de tablazón.
La iglesia es de una sola nave, sobresaliendo al exterior el cuerpo de la capilla mayor, con cubierta de tejas a cuatro aguas, sobre el buque de la nave, con cubierta de similares características. El interior se encuentra bastante reformado, mereciendo citarse el retablo mayor, que fue trasladado desde la iglesia de Santa Ana en 1794. También ha de citarse el retablo de Santa Beatriz de Silva y otro de menor calidad del Sagrado Corazón. A los pies de la iglesia, una amplia celosía aisla a las monjas del resto de los fieles a la hora de la misa.

